martes, 29 de noviembre de 2011

LLAMATE AL SILENCIO POR FAVOR


Vergüenza… Vergüenza es la única palabra que da vueltas en mi cabeza desde el viernes.

Sí… lo he vuelto a hacer. Mi falta de tacto y de atención acerca de los detalles del crecimiento/cambio/logros de los hijos de mis amigas me ha vuelto a jugar una mala pasada. Generalmente intento estar más o menos al día con las fotos de facebook, que sinceramente representan para mí un machete único, ya que los eventos retratados me dan información trascendental para zafar con un “4” ante preguntas incisivas.
Sin embargo, siempre hay gente que elige no poseer cuenta allí, con lo cual mis posibilidades de quedar mal aumentan considerablemente.

Convengamos que yo no cambié, siempre fui igual. Sin embargo, mis amigas ya son todas (o casi todas) madres. Este hecho hace que me haya quedado sin aliadas. A su vez, dejé el vicio (sí sí… gracias… fue un gran esfuerzo, pero creo haberlo logrado); con lo cual, mi excusa de salir a fumar al balcón cuando los temas de conversación se vuelven monótonos ya no corre. Es decir: me fumo sin piedad las charlas de pañales, desempeño e interacción en el jardín, comidas, siestas, caprichos y costumbres de las crías en cuestión. Todo esto conteniendo mi impulso de mandarlas a atarse las trompas de Falopio y enseñarles que por cortesía deberían mechar la velada con otros temas interesantes como trabajo, viajes, deporte etc.

Años de experiencia deberían haberme enseñado a callarme la boca. Pero no… la curiosidad y los ratos largos sin poder meter bocadillo me pueden, y tengo que hacer preguntas cuando debería morderme la lengua.

¿Ya se aburrió de la introducción? Bueno, bueno, no se me impaciente y saque el pochoclo del microondas que aquí viene la parte jugosa (que podría haber terminado en sangrienta si mi amiga hubiera sido más violenta).

El viernes pasado me junté con dos amigas a cenar (ambas madres orgullosas). Pasó el tiempo, la charla fue amena y los temas interesantes. Pensé sinceramente que saldría airosa del evento. Cinco minutos antes de irnos, una de ellas preguntó por las sobrinas de la dueña de casa. Como consecuencia inmediata, debimos sumergirnos en un mar de fotos digitales desde el nacimiento hasta la casi adolescencia de las niñas.

Soporté estoicamente la seguidilla, notando que además de las sobrinas en cuestión, había otra niña en las fotos que yo no reconocía. Mientras ellas dos parloteaban sin cesar, yo me repetía para mis adentros “callatenopreguntescallatenopreguntescallatenopreguntes”.

Y sucedió. En el momento de la apertura del enésimo album, no pude con mi genio y pregunté: “¿esa nena de quién es?” (pensando que sería otra sobrina).
“Es mi hija querida”- fue la respuesta lacónica.

Si hubiera existido la posibilidad de esfumarme en ese momento, o pegarme en la cabeza con un super chipote chillón lo hubiera hecho, lo juro.

Creo que voy a tener que dejar pasar un largo tiempo antes de siquiera intentar una nueva reunión. Mi amiga se sintió profundamente insultada. Pude vislumbrar cierto instinto asesino en sus ojos, contenido solo por el hecho de que su panza cargadora de mellizos no le permitía movimientos bruscos.

Partí raudamente a refugiarme en la seguridad de mi auto, prometiéndome a futuro simplemente sonreir y acotar a todas las fotos frases cortas como “¡que bonitas!”, “¡qué grandes que están!” “¡ay! ¡Esa boquita/ naricita/ cachetes! ¡Son para comerlos!” entre otros comentarios seguros y positivos.

martes, 22 de noviembre de 2011

DILEMA AUTOMOTOR


Martes por la mañana. Me subo al auto y mientras enciendo el motor veo el fatídico aviso arriba del kilometraje: “INSP”. ¡Demonios! Ha llegado esa época del año en la que tengo que decidir si hacer el service o no y donde. El auto ya no es 0km digamos. Cuando es nuevito, uno lo lleva al service oficial, le carga nafta de la buena, lo mima, escucha cada mínimo ruidito. Luego de un tiempo prudencial (y sobretodo después de desembolsar sumas estrafalarias por el seguro y la patente), uno empieza a ratonear un poco.

Este año, la disyuntiva es drástica: no tengo mecánico de confianza, y el service oficial me deja con la cuenta bancaria pidiendo pista.

Mi problema es que desconfío de todos los mecánicos barriales mostradores de raya de traste. Ni siquiera con un buen escote que resalte las bondades de mis mellizas puedo dejar de sentir que el señor semi-engrasado me está inventando problemas en el auto donde no los hay.

Por otro lado, confío en el service oficial, donde me tratan como a una reina, la sensación al entrar es de seriedad y profesionalismo y además posteriormente recibo una llamada de la empresa que constata mi conformidad con el servicio. Quiero aclarar que esto no significa que sean menos chantas, simplemente que el marketing y la imagen es excelente y me hacen creer que no lo son. Aplaudo solo por eso.

En síntesis, todo apunta a que me deje romper… la cuenta bancaria por el service oficial. Sin embargo, en el fondo de mi ser me resisto. Son esas cosas que uno ni siquiera puede comentar, porque recibirá un “pero no seas boludaaaaaaaa, yo te recomiendo a mi mecánico”.

Sí sí… ya sé… usted es hombre y este problema no lo tiene porque sabe de mecánica o se hace el que sabe. Y siempre se va a arriesgar con el mecánico de barrio, aunque le deje el auto peor que antes. Allá usted, ts… ¡Aleje esa mirada juzgadora de mí! Dejeme escudarme en mi femineidad casi rubia…

jueves, 3 de noviembre de 2011

VERGÜENZA


He mencionado ya con anterioridad ciertas características especiales de mi familia; esos detalles que hacen que nos alejemos un poco (solo un poco) de las buenas costumbres y el protocolo. Cabe destacar que los exabruptos y excesos no suelen producirse frente a personas ajenas al círculo familiar. Sin embargo, esto no justifica de ninguna manera el comportamiento.

Dentro de este círculo, existe una persona en particular que le provocaría arcadas diarias a la condesa de Chikoff. Todos la adoramos, la bancamos, pero de ninguna manera la llevaríamos a comer a La Bourgogne por ejemplo.

El relato del día de la fecha está relacionado con la visita de esta persona a mi oficina, en el día de ayer. La recibí feliz y orgullosa de mi lugarcito recientemente inaugurado. Charlamos un rato y la acompañé a la puerta. Llegó el ascensor, subí, y en ese momento sucedió lo peor. Risueña y sin un solo atisbo de vergüenza lanzó esas palabras inadecuadas, esa forma tan poco ortodoxa de definir el problema. Una declaración breve, clara, concisa, irrefutable y terrible: “me cagué” me dijo… y sin más subió conmigo al ascensor. Horrorizada, vi como las puertas se cerraban lentamente…

Digo yo: ¿era necesario? Más allá del hecho no disimulado, ¿hacía falta subirse conmigo a un espacio reducido y falto de ventilación? Llegamos a la planta baja en un ataque de risa (confieso), y bajé haciendo el típico gesto con la mano frente a la nariz. Levanté la vista mientras se abría la puerta, solo para encontrarme frente a la mirada atónita de un vecino, quien subió al ascensor presintiendo lo que le esperaba.

El comentario descarado de mi acompañante fue: “¿lo conocés al señor? Porque no creo que él se olvide de vos”.

Mi pariente volverá escasas veces al edificio. Sin embargo, yo posiblemente me cruce con el vecino en cuestión bastante seguido. Gracias por esto… VERGÜENZA.