Venía bien, venía entusiasmada con mi vida. Las cosas se
iban encarrilando. La empresa de a poco empezaba a tomar color de negocio, algo
de compañía masculina me ponía de nuevo en carrera y el año deportivo terminaba
con una gran y emotiva zafada de un descenso. Casi perfecto. El stress quedaba
en el pasado… se venían días tranquilos.
Sin embargo, sabemos que la calma precede siempre a la
tempestad… literalmente. Y tempestad fue… Al grito de “va a estar bueno Buenos
Aires”, el jueves por la tarde fui testigo impotente de la caída estrepitosa de
mi pseudo tranquilidad.
Se desataba el diluvio, y la debajo firmante, precavida y
organizada, salió de su oficina para correr el auto de Blanco Encalada. Pero se
ve que mis neuronas rubias no llegaron a gritar en mi cabeza “ándate a tu casa”.
No señor. Workaholic como soy, moví el auto unas cuadras y me volví a trabajar.
¿Qué necesidad digo yo ahora? ¿Por qué carajo no puse primera y salí de
Belgrano? Media hora más tarde, ya no había nada que hacer. Con el agua por la
rodilla, observé paralizada como mi auto se inundaba sin remedio. Al borde de
la crisis de nervios, veía pasar autos navegando por la esquina.
Una vez que bajó el agua, esperé ilusa que llegara la grúa.
Alrededor de las 10 de la noche, viendo que no tenía ningún sentido esperar un
milagro, agotada, empapada, cabisbunda y meditabaja me tomé un taxi a casa. Y
por supuesto, ahí no había luz.
El viernes no fue mejor. La grúa llegó recién a las cuatro
de la tarde, y llegué al taller casi con la cortina bajando en mis narices. Vi
caras de horror al ver bajar mi auto, vomitando agua por todos lados. Un
empleado con aspiraciones de cómico me lanza “te faltan los pececitos”. Lo
fulminé con la mirada. No era momento para probar mi escasa tolerancia. Otro
empleado me comenta: “¿ves ese auto de allá? Está ahí desde la inundación pasada”.
Gracias… no era la clase de información que necesitaba recibir en ese momento.
Evitame tener que lastimarte por pelotudo.
El sábado, la electricidad se negaba a volver a mi vida, con
lo cual el contenido de mi heladera y freezer pasó a mejor vida.
Y no me venga con que “la sacaste barata”, “hay cosas peores”.
Yo quiero mi vida de vuelta.
Y así estamos, empezando a mirar un futuro en bondi por un
tiempo indefinido. No sería tan grave, si no fuera porque una gran cantidad de
mis afectos viven en plumas verdes, ahí nomás… a tres cuadras.
Novedades en su próxima cartelera de cine. Mientras tanto,
les pido encarecidamente que eviten hacerse los graciosos conmigo. No garantizo
que mis respuestas sean políticamente correctas…